martes, 8 de abril de 2014

No pintes marinas si quieres ser artista. ¡A pintar marinas!

En Pintar, que no es poco; guarro, que ya es mucho, me atreví a escribir la siguiente gilipollez:  (...) No me detengo en lo natural o en lo sublime, ni en lo precioso. Las dunas, el mar y los atardeceres son para vivirlos y sentirlos allí, en la arena, a las 19 (...)  

Y claro, la verdad podría ser otra: cuando algo te toca (dilo, te emociona) se pinta y se acabó. O se canta, qué más da.
Pero, ojo: nunca, nunca pintes marinas si quieres ser artista
Y si lo has hecho, ¡escóndelas, destrúyelas antes de que sea tarde, aprisa! 

Aquí va una, disfrutada durante el verano de 2008: 

Una marina del verano (¿cómo no?) de 2008 (aunque la firma diga 9)

Cierto es también (¿cierto es?) que el arte se beneficia cuando la chispa se inicia desde lo feo. ¡Ay, lo feo!

La serie Por detrás de la Ciudad la perpetré sólo unos meses después de la bonita marina de más arriba. ¿Qué me dicen de este mar grasiento que malmoja nuestros muelles? 
A mí me gusta casi más que la celeste.

Petróleo y grasa bajo cemento (2010)

Y es que en arte pasa como en el viejo oficio del reparador de mecheros deshechables: desde que tengas algo claro y lo digas, te equivocas.
Pues eso, ¡a pintar marinas!



                                                                                                                                                                                         LezcanoJaén


3 comentarios:

  1. Me encanta la marina, por la paz, la tranquilidad y muchas cosas más que ofrece... pero el urbano ¡me chifla!

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  2. No se justifique, que no es usted ministro: pinte lo que le dé la gana, que la esencia misma del pintar ya nos la cantaba aquel ambiguo erizo rosa: "pintar, pintar, pintar sin parar; mojar, extender, y vuelta a empezar". No hay más. Ya nos encargaremos los demás de disfrutar con sus contradicciones acrílicas, o sus preciosos collages feos.

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  3. Es que además de pintar, me gusta hablar, y así, hablo, hablo, hablo en voz alta, y ustedes lo tienen que sufrir.
    ¡Y yo que se los agradezco, Ana y Cristina! (aquel ambiguo erizo rosa, ¿te acuerdas? ¿qué habrá sido de él?)

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