Eran cincuenta enanos nacidos en el 21, subiendo cual
marabunta por las escaleras del CICCA. No gritaban, pero se movían como si lo hicieran.
¡Venían a ver mis pinturas!
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-¡Por allí! |
Ellos, que pertenecen a la era digital.
A los tiempos de la sobrecarga, de la saturación de imágenes simuladas, ligeras, espectaculares, perfectas, luminosas, rápidas.
Masivas.
¿Qué les voy a enseñar yo?
Masivas.
¿Qué les voy a enseñar yo?
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-Amiguitos, roedores todos,
voy a contarles una historira...
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-¿La reconocen?
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-La Princesa Margarita estaba harta de sus pesados ropajes,
¿no se la ve más feliz en mi dibujo? |
Pero ellos se toman su pausa.
No sólo miran ahora, contemplan. Callan durante un minuto.
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Y a María Bárbola siempre le agradó sentirse observada. |
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¿Qué estarán cavilando estas cabecitas? |
¿Qué misteriosa fuerza retiene a esos cuerpecillos frente a un cuadro?
¿Por qué reposan sus ojos frente a unas simples telas, manchadas y ralladas?
¿Por qué reposan sus ojos frente a unas simples telas, manchadas y ralladas?
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-¿Ven? El alma de la Madre Jerónima hacía fuerza
por salir de ese cuerpo clausurado.
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Sí, el viejo y maltratado arte de la pintura mantiene su magia y su diferencia.
Son estas unas imágenes bregadas. Te animan a mirar, y a demorarte.
-¿Conocen ustedes el cuadro del Matrimonio Arnolfini?
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-Pues este es el Mercader de Lucca, el acaudalado esposo. |
Lo digital es apasionante, veloz, pero caduca en la segunda mirada.
La materia nos traslada al origen y nos recuerda lo que somos.
¿O digo un disparate?
¿O digo un disparate?
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-Apunto para no olvidar: |
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-...no volver jamás a una expo de este individuo.
¡Qué tormento por Dios!
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LezcanoJaén