Su de Ella, la pintura que da nombre y cartel a la exposición actualmente en el Centro de Artes Plásticas de Gran Canaria, no gusta a todo el mundo. Normal. Pero además ha sido causa de varias reclamaciones a la institución responsable, instándola a retirar no solo el lienzo y su banderola sino a su autor de todo lo que tenga que ver con la cultura o el arte.
Voy a responder dando voz a Elizabeth Costello (protagonista de la maravillosa novela de J.M. Coetzee) a través de la carta que ella escribe a su hermana Blanche, mujer reconvertida en monja inclemente en su misión en Zululandia, horrorizada ante los andares "desnudientos" de los nativos de la aldea.
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Su de Ella. |
Escribe Elizabeth:
"Imagina la escena aquel día en el estudio de Correggio, Blanche. El hombre señala con el pincel. Levánta el pezón, así. No, con la mano no. Solo con dos dedos. La mujer obedece y hace con su cuerpo lo que él dice (...)
La atmósfera del estudio se electriza, pero ¿con qué? ¿con energía eléctrica? ¿Están hormigueando los penes de todos esos hombres? Sin duda. Pero también hay otra cosa en el aire. Adoración. El pincel se detiene mientras adoran el misterio que se manifiesta ante ellos: la vida fluye en un chorro del cuerpo de una mujer (...)
Cuando María, bendita entre todas las mujeres, esboza su remota sonrisa angelical y levanta su dulce pezón rosado ante nuestra mirada, está llevando a cabo un acto de humanidad (...)
Nada nos obliga a hacerlo. Pero lo hacemos, igualmente movidas por el desbordamiento, la efusión de nuestras humanidades: dejamos caer la ropa, nos descubrimos, descubrimos la vida y la belleza con la que estamos bendecidas.
La belleza. Seguramente en Zululandia, donde tienes tanta abundancia de cuerpos desnudos que mirar, debes admitir, Blanche, que no hay nada más humanamente hermoso que los pechos de una mujer. Nada más humanamente hermoso, más humanamente misterioso que la razón por la cual los hombres quieren acariciar sin cesar, con pinceles, cinceles o manos, estas bolsas de grasa extrañamente curvadas y nada más humanamente atractivo que nuestra complicidad con su obsesión.